lunes, 10 de enero de 2011

El Día A Día Es Amar, A La Deriva



El día a día es amar

          Hay unos cuantos haikús en el libro Con sabor a mar (Conaculta-Ivec, 2010), continuación del primer libro de Marianhe Jalil, Una pizca de poemas para unas recetas de amor (2003), y de En un mínimo infinito (comentado en el apartado anterior), lo que confirma el gusto que tiene por esa forma poética japonesa que enaltece la brevedad de la expresión.

            El amor es el principal tema de los poetas, desde siempre; está en Dante, en Petrarca y Garcilaso. Entonces las mujeres vivían enclaustradas, en sus casas o en conventos y tuvo que aparecer La Celestina. Los enamorados esperaban el día de misa para ver de cerca a las mujeres y en la calle trataban con propios y criadas que podrían acercarlos a sus amas. No queda muy claro qué ocurría con el amor entre las empleadas de una señorita, hay que asomarse a novelas de caballería como Tirante el Blanco. Hoy las mujeres llegan en coche a recorrer los supermercados con pantalones ajustados, miran y tocan todas las mercancías y se sirven solas, como si fuera el fin del mundo. Y los hombres miran con displicencia, sueñan con ¿la amada inmóvil? y regresan a sus encierros, donde trabajan. Claro que también hay señoras que se han cortado el pelo para ganar tiempo, señoras que se aburren y salen a hacer ejercicio.

            Las mujeres han pasado ya largas décadas hojeando revistas de modas, se pintan la cara y las uñas; últimamente agregan tatuajes a sus cuerpos y los noticieros destacan que las mujeres están ocupando puestos políticos.

            ¿Los hombres dejaron de escribir poemas de amor? ¿Ahora es un arte de mujeres?

            Cómo decirte que te amo

Cómo decirte que te amo,
si el amor no se dice, se muerde,
se respira, se sueña y se alucina,
se piensa y no se piensa, se siente como el canto.

Cómo decirte que te amo
si estoy aquí contigo, llena de piel,
con olor, saber y sonido a golondrina,
cansada de volar, buscando nido y abrigo en tu regazo.

Cómo decirte que te amo,
si el tiempo se hace eterno en tu ausencia,
y la vida es lenta, sin calma de tu beso
y no pienso y pienso, ya es tarde y es temprano.

Cómo decirte que te amo
si mis ojos te gritan y te imploran,
arrancas versos, arrancas horas y gente sobra;
no creo en mañanas y ayeres, si no es en calma
                                   con tus ojos y olas.

Cómo decirte que te amo,
si el amor no se dice, se siente.


Las mujeres expresan el amor y sus accidentes con la misma vehemencia que lo han hecho los hombres, entonces damos con preguntas nuevas: ¿los hombres encerrados hoy en sus trabajos ya no atienden los requiebros? (El diccionario apunta que requebrar es “lisonjear a una mujer alabando sus atractivos”.) ¿Qué palabra usar cuando es la mujer la que lisonjea a un hombre?

            Las canciones populares tratan estos asuntos de maneras muy diversas; voces educadas o no comparten con nosotros quejas y lloro, muy pocos aluden a uniones felices, lo cual va haciendo una “personalidad” que no es la de todos y que aceptamos a la larga como parte de lo que somos. En momentos de felicidad  gritamos con los mariachis y repetimos letras que no tienen que ver con lo que festejamos, dejándonos llevar a estados inoportunos en tal momento.

            Marianhe Jalil escribe sobre un hombre que la ama/elude y al mismo tiempo reivindica la gastronomía como la actividad central de la vida. Escribe poemas y da a conocer recetas para preparar alimentos con un sabor especial.

            ¿Es amor todo lo que hacemos?

            Eros en la actualidad es una figura domesticada, un genio travieso que junta corazones y los deja a la deriva. El auténtico Eros es terriblemente fuerte, embriaga con vinos dulces, aprieta con brazos ansiosos, palpa con manos que prometen paraísos. Entre sombras, desconocido, vive Anteros, el dios de la pasión, el que castiga a quien rehuye el amor de otra persona; es una criatura vengativa, que vela el amor desdichado. El amor eterno es una lucha entre estos dos seres descubiertos por los griegos. Los cuerpos se unen y se separan en concordancia con eventos impredecibles. Los poemas amorosos son, por tanto, parte de un ritual que susurra ven/vete, ven/me voy.

            En sus poemas, Marianhe Jalil le da vueltas al tema del desamor. Cuando una mujer ama entra a un laberinto, donde el día y la noche desaparecen, donde camina junto a la persona amada y siente sus manos, su presencia. Si no es amada, se pierde, descubre miedos, está triste, y empieza a esperar que se de lo imposible, que vuelva el amor, que se quede: “te esforzarías por entregarme todo” (pág. 45). El desamor crece en silencio, en el vacío. El olvido se nutre de soledad y deseo. El tiempo se altera. La poesía se repite, es eco, vaivén entre la oscuridad y la nada. El desamor es adictivo y le da fuerza al lamento.

            En el deseo está la salvación: que el momento de amor no se pierda cuando sea reencauzado. Pasa lo mismo que con la muerte, ¿cuánto tiempo debemos llevar luto?

            Es útil la figura de Anteros, el vengador que va a alcanzar al amado desdeñoso para cubrirlo con un lienzo negro, el olvido.

            En cuanto a la melancolía, Jalil escribe: “Extraño la lluvia en tu compañía (…) no podré enamorarme 
de nuevo. / Mi corazón está lleno de ti” (pág. 71).

            A la depresión que atiende el sicólogo contemporáneo le falta algo brutal que se encuentra en la melancolía incurable de otros siglos. Hay que rever el cuadro de Durero, “Melencolia I”, para asustarnos.

            O bien, recordar que en una canción del grupo Maná una mujer ha envejecido en el puerto de San Blas, en Nayarit, esperando el regreso de un marinero.

            Jalil incluye tres poemas donde ve mujeres golpeadas, una huelga, un mendigo que fue ingeniero (insisto, hay que ver el grabado de Durero) y que perdió a la mujer que amaba (págs. 83, 85, 88). Y escribe, casi al final de su libro, “en medio del caos de este mundo, / cuando crees que ya todo acabó, / aparece la risa de un niño” (pág. 127). Y es que afuera del laberinto la vida sigue.

            El desamor es un problema no resuelto de la humanidad y la poesía lo recicla, como sazona con pericia los días la cocinera. ¿Ocurrirá entonces que el ausente vuelva? ¿El secreto de la permanencia masculina sigue estando en la cocina, como juraban las abuelas?




A la deriva

Juan Cordero Medina publicó en 2004 Remembranzas de Veracruz, en 2006 Historias y brisas veracruzanas y en 2008 Mi Veracruz de ayer, libros que son una aportación a las historias de la ciudad. En 2010 presentó un nuevo título, Historias de la calle: el Tiliche (Conaculta-Ivec), en el que se acerca a la gente desvalida, a los pobres y a los drogadictos.

            La picaresca está en el inicio de la literatura, empieza su andadura con el Lazarillo de Tormes (1554), con El Periquillo sarniento (1816), y son muy conocidas obras como Oliver Twist (1837), Los miserables (1862) y otras.

            Oscar Lewis, antropólogo de Estados Unidos, habló con una familia asentada en la ciudad de México y el resultado fue un grueso y polémico libro, Los hijos de Sánchez (1961). Lo que José Pavón y Dolores Martínez cuentan de Antonio Pérez García, nombre de “el Tiliche” regenerado, lo recoge Juan Cordero y lo da a conocer, aunque se guarda datos y saca un letrero de película: “cualquier parecido o semejanza con la vida real es solo coincidencia”.

            En el desastre mexicano de los últimos tiempos, son miles las vidas como las que cuenta “el Tiliche”, por lo que estamos seguros que son reales.

            Juan Cordero apunta soluciones para cruzar el pantano y quedar como si nada, y emprende la marcha confiando en las palabras: el contar lo que ha vivido “el Tiliche” puede salvarse, como hacen en AA.

            La crónica de Cordero Medina lleva a un final feliz: va del basurero donde vivía a un taller mecánico donde encuentra oficio. Claro que los lectores quisiéramos que más gente encontrara caminos hacia el bien y el éxito, claro que la realidad no le hace caso a Juan.

            La realidad aporta números para estadísticas que no se cansan de repasar, para nuestro horror cotidiano: si México está mal, a pesar de sus riquezas, cómo puede tener éxito “el Tiliche”. Hay un nivel en que es posible, en la escritura que trata de convencernos que el problema es individual, que “el Tiliche” tuvo suerte al encontrarse con gente buena. Pero cuarenta millones de tiliches, o más, necesitarían ciento veinte millones de gentes dispuestas a servir a sus prójimos en desgracias, como la profesora que ayuda a “el Tiliche”. La vida de “el Tiliche” no puede verse como la historia de un individuo, sino como la condena que sufren miles de personas y que las instituciones no pueden atender.

            “El Tiliche” es una fuente de noticias de terror verdadero. “El Tiliche” cuenta desgracias disponibles en cualquier Ministerio Público y entre los que van y vienen en ambulancias que llegan cuando los menesterosos ya de despidieron de la vida. Está incluido en la corte de los milagros de Víctor Hugo y de Valle Inclán, en las montañas donde se refugian los contrabandistas de Carmen, la mancha de la muerte que se extiende imparable.

            Al ir contando, en atroces mil y una noches, “el Tiliche” usa un léxico que Cordero Medina introduce disculpándose:

            “… existe un sector muy importante en el mundo, que vive colateralmente marginado y usa jerigonza” (…) “he tratado de eliminar vocablos más fuertes, que si bien son empleados por esta gente humilde, tienen la justificación de no tener una educación familiar que los ubique y les de la preparación…”

            En este aspecto del libro creo que el autor debió haber puesto todo lo que se sabe del habla popular sin eliminar nada; los lingüistas y los lectores estarían agradecidos con estos almacenes de palabras en los que la lengua se retuerce mientras se airean los escondrijos donde el silencio es el profesor sin paga, permisivo y que no deja tarea, ¿para qué?

            Los personajes van acompañados de sus retratos: Lolis, el galambao, el rorro, el tartas, el tuti fruti…, en escenarios como el basurero, calles, cuartuchos… El autor aclara que las fotos que acompañan sus relatos fueron copiadas de periódicos de Veracruz y de Internet para darles aspecto de dibujos usando la técnica de grafito.

Lamentamos el fallecimiento del escritor Juan Cordero Medina, ocurrido el 10 de enero, tres meses después de la muerte de su esposa, con quien vivió más de cincuenta años y con quien tuvo a sus hijos. Sabemos que había concluido otro libro, que incluía comentarios biográficos de veracruzanos destacados. Esperamos que sus familiares lo publiquen. Él ya no pudo leer estos comentarios sobre su libro.




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