lunes, 10 de enero de 2011

Del río al puerto. Raúl Márquez


Del río al puerto

Si la ciudad de México fuera en verdad capital de la república debería detener su crecimiento con muros y policías fronterizos, como hacen en Estados Unidos. Seguiría entonces el proceso de disminución de su tamaño mandando de regreso a sus provincias a miles de personas, como los indocumentados que viven temerosos en Estados Unidos.

            ¿Por qué digo esto? Sabemos que los dineros de la república son mal distribuidos, y tarde. Que la ciudad de México se queda con la parte del león, algo que ocurre con aparente naturalidad debido a los millones de personas que viven allá. Si estas personas, entre las que están familiares, paisanos, amigos, vivieran en sus lugares de nacimiento, la Federación tendría que distribuir el dinero de otra manera, en lugares que prosperarían y no tendrían expatriados.

            Pero no me hagan caso, como escritor me dejo llevar por utopías que creen encontrar soluciones para cambiar el rumbo de la historia, cuando se que a los políticos les cuesta pensar en llevar a cabo empresas difíciles, cuya complejidad los rebasa.

            Empiezo entonces por afirmar que el libro del capitán Raúl Márquez Martínez debe presentarse también en la ciudad de México, que debe distribuirse entre los grandes personajes que viven allá y que son especialistas de diversas instituciones, para que sea útil a más gente, a quienes estén haciendo los atlas histórico-culturales del país.

            Los libros de texto gratuito, hechos en la ciudad de México, pasan por alto la diversidad del país, ignoran a sus personajes, sus hechos, sus paisajes. Terminan ocultando nuestras riquezas, naturales y culturales, y nos hacen sentir pobres en un país lleno de riquezas dejadas de lado: soñamos con ir a Las Vegas y cerramos los ojos frente a La Habana. Hubo una propuesta de la SEP para incluir monografías estatales en las escuelas. Pasó sin pena ni gloria y nadie la recuerda, por allí quedaron los libros, inutilizados.

            El interés por conocer el pasado llevó a Francisco Javier Clavijero, veracruzano del siglo XVIII, a ser el primer historiador de México. En el siglo XIX Miguel Lerdo fue autor de un valioso estudio, con detalles como el recuento de las mercancías que pasaban por los muelles de Veracruz. Recordamos a Manuel Rivera Cambas, quien dio un jalón a la historia regional con libros como la Historia antigua y moderna de Jalapa y de las revoluciones del estado de Veracruz, Los gobernantes de México (de Cortés a Juárez), y otros. Ya en el siglo XX, un distinguido escritor, Leonardo Pasquel, fundó en el D.F. la Editorial Citlaltépetl y rescató a autores y libros del pasado veracruzano, elaboró estudios. En los años recientes, la Universidad Veracruzana ha auspiciado a historiadores que algo han hecho.

            En Tlacotalpan, el arquitecto Humberto Aguirre Tinoco ha sido uno de los promotores de la conservación de la memoria regional.

            Algo de todo esto debe haber fructificado en el ánimo del capitán Márquez Martínez que lo llevó a dedicarse al estudio de Tlacotalpan, su geografía, su historia, sus gentes. Su esposa, María del Carmen Silva Murillo, nos dice en el prólogo del libro Desde mi verde ribera (Conaculta-Ivec, 2010), que el capitán trabajó más de diez años para completarlo. “Es un libro histórico, poético, veraz e interesante”, escribe la señora Silva Murillo.

            Tuve la responsabilidad de cuidar la edición de este libro, lo leí y me fue conquistando, tanto que ahora lo estoy acompañando de regreso, desde el puerto de Veracruz a esta “verde ribera”, como repetía en sus páginas el capitán, al lugar admirado por ustedes y por miles de personas.

            Histórico es, sin duda, por todos lados, incluso por estar en una colección que celebra el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. Márquez Martínez le dedica unas páginas a los primeros pobladores, luego a los españoles, a los ataques piratas, a la llegada de la Virgen de la Candelaria, y así entra al periodo que llama el Siglo de Oro de Tlacotalpan, ubicado entre 1813 y 1912.

            Raúl Márquez va entreverando personas y calles de Tlacotalpan, de manera similar a como se da la vida, cuando caminamos por las  calles pensando en nuestros asuntos. Asoman dos sacerdotes, Juan M. Torres y Juan Bestar, y la preocupación por la enseñanza; está el ministro de guerra de Iturbide, Antonio de Medina, y Eugenio Cortés, ejecutor de los planes para establecer una academia náutica aquí, la primera en el país; siguen las hermanas Carvallo Avila, pero no aparecen hasta que el autor anota al médico Joaquín Carvajal Estrada de Iturralde, padre de Joaquín Carvajal Cházaro, a quien llama “humanitario doctor”.

            En esa parte ya hemos recorrido treinta páginas y el barrio de San Miguelito, ya hemos visto fotos de su iglesia y de la parroquia de San Cristóbal, del parque Bravo, una pintura de la plaza de doña Marta, el buque de vapor Tenoya, el buque Tlacotalpan, la casa donde nació el almirante Juan Bautista Topete y Carvallo, “incansable marinero”, y nos hemos detenido ante la majestuosa imagen del navío Asia, representado durante un temporal frente a Perú por Ángel Cortellini, pintor del Museo Naval de Madrid. Y nos damos cuenta que este libro es un museo de papel en nuestras manos. Y, sin ánimo de molestar, me pregunto por los costos de la investigación que llevó por años el capitán Márquez. Me pregunto cuánto aportaron las instituciones del país y si están dispuestas a pagar la continuación de esta obra y otras como esta, ya que no les gusta financiar lo que no está en sus limitados planes anuales.

            Y me respondo con una pesada negativa y con toda la irreverencia que puedo permitirme: no, no hay disposición, aparte que será difícil encontrar a la persona que quiera ponerse al frente. Y sin embargo hay que hacerlo. Si se reparten los costos entre más personas, es posible. Para empezar hay que obtener datos, hay que ir preparando la historia del presente. Los especialistas que ya se cansaron de las historias de los gobernantes le llaman historia de la vida cotidiana, también hay obras que tratan de la vida privada.

            En el libro, el capitán Márquez mira también la emigración hacia el puerto de Veracruz, recuerda el periódico El Correo de Sotavento y cita las palabras que Juan Malpica Silva escribió para celebrar los treinta y cinco años de este medio, en 1903:
            “La agricultura, el comercio, la higiene, las finanzas, las mejoras materiales, los derechos individuales y todo cuanto más ha interesado e interesa a la sociedad, ha ocupado nuestras plumas”.

            Pero, debido a la declinante economía de la región, en 1912 cerró el bisemanario que empezó Pedro Lucas Malpica Díaz en 1868, que siguió su hermano Juan y que continuó el sobrino de éste, Juan Malpica Silva, quien fue director del bisemanario por más de quince años. Al final, ante la crisis económica tuvo que convencerse de que debía irse, ¿a la ciudad de México, o a la de Veracruz?

            Queda un espacio para la reflexión: ¿quiénes relatan hoy el acontecer de Tlacotalpan? Una parte la cubre El Dictamen, con fotos de celebraciones y comentarios sencillos, ¿y lo demás? Vuelvo a lo que dije antes: lo grande parece más importante que lo pequeño, y por eso vamos perdiendo el piso: el puerto cede ante la capital y ésta ante el D.F., y éste ante Washington y Nueva York. Las instalaciones del canal de noticias CNN en español están en Atlanta, EU, y llega a toda América Latina. Negocio redondo: con sólo unos cuantos locutores millones de gentes vivimos creyendo que estamos bien informados.

            El tiempo es uno y el mismo en todos lados, no es flexible, así que las grandes novedades no tienen espacio y sumen en el silencio a nuestro pequeño circo, maroma y teatro.

            Se me ocurren dos soluciones: tener cinco televisiones, varios radios y celulares a mi alrededor, funcionando día y noche, para tratar de no perderme nada de lo que pasa en el mundo. O bien, es más sensato dar un paso atrás y recuperar la calma, preparar a jóvenes para que se ocupen de elaborar y distribuir un nuevo bisemanario en donde nos enteraríamos de lo que han hecho estos días nuestros querido vecinos y así podremos ignorar lo que dijo el presidente de Estados Unidos, que en principio no me está hablando a mí. Del conjunto de esas hojas saldrían los libros de nuestra historia presente, que será un regalo para nuestros descendientes.

          Poético es también este libro, como dice la señora Silva Murillo, y voy a referirme brevemente a este aspecto.

            Raúl Márquez Martínez estudió literatura y el libro incluye quince composiciones suyas, además de poemas de autores como Ramón Caravallo Cházaro, Esteban Quevedo Aguirre, autor del himno de Tlacotalpan, el profesor Avelino Bolaños Palacios, además de que son evocados Gonzalo Beltrán Luchichí, Julio Sesto, Cayetano Rodríguez Beltrán, Luis G. Murillo, hermano de Josefa Murillo, a quien también encontramos aquí, Ignacio M. Luchichí y hay un poema que es una joya, de Juan de Dios Peza, quien visitó Tlacotalpan y le dedicó un poema a su anfitrión, el gobernador Juan de la Luz Enríquez Lara, en 1889, un gran homenaje a “la perla del Papaloapan”, donde escribió, con mirada convencida: “ciudad risueña, / alegre y hospitalaria” (…) “ surge entre las verdes ondas / como una paloma blanca, / porque es la novia del río / más hermoso de mi patria”.

            Es musical porque entre sus poetas está Agustín Lara. 
           Es artístico porque habla de Alberto Fuster, Salvador Ferrando, Gastón Silva Carvajal, Julio Montalvo. Magnífico el retrato de Teodoro Dehesa y Núñez en su juventud, de Fuster, de 1917, y del que inmortalizó a unas jarochas, titulado “Mi abuela en traje de novia”, de Luis Pérez, que representa a la señora Fidela Puente de Olguín.
    
            Es un libro escrito con la sensibilidad con que se escriben los poemas. El libro es además galería y fototeca, pues incluye 17 ilustraciones de pinturas y más de 80 fotografías, algunas de ellas impresas a colores.

            Mencioné La Habana, por su arte. En Cuba estuvo Márquez Martínez en 1995 y en 1997, en un festival iberoamericano de poesía, y años después volvió a participar allá con el Grupo Cucalambé y en una jornada cucalambeana de la décima. Pero también anduvo en La Palma de Gran Canaria, en Los Ángeles.
                     
           La vida ha sido representada a lo largo del tiempo como un viaje, largo, corto, con muchas vueltas o siguiendo una recta; avanza porque incluso el retorno es una estación que se encuentra adelante. Los viajes de un piloto aviador, ir arriba, bajar, como los niños en el tinguilibote, son aventuras que no encuentran a la primera las palabras para compartirlas. El tamaño del reto que enfrentó Raúl Márquez, del que salió triunfante, se encuentra en este libro, un ejemplo de entereza y amor. Raúl lo dijo en una décima:

Pasión

¡Es tanto lo que yo siento
por la tierra en que nací,
que de no haber sido aquí
negaría mi nacimiento!
Diría que nací en el viento,
en un extraño bohío,
y que el murmullo del río
bajo la luz de la luna
fue el canto que oí en la cuna:
¡Tlacotalpan… pueblo mío!

En el viento, su segunda cuna, Raúl Márquez oyó el murmullo del río de la mariposa, y preparó un homenaje para este lugar que encanta a todos los que vienen a conocerlo; esos viajeros tendrán ahora una guía para ver más que los recios muros que aceptan el agua como el abrazo de una diosa ancestral, verán la voluntad de sus habitantes de perseverar en su destino mágico.
            Surca Raúl el viento, recorre la verde ribera, sueña un libro y, gracias a su familia, aquí está, el pasado, un presente para todos ustedes.

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