martes, 4 de noviembre de 2008

Entrevista a Jaime Baca Olamendi.

UNA CONVERSACIÓN CON JAIME BACA OLAMENDI, HIJO DE UNO DE LOS TRES MOSQUETEROS.

Por: Peniley Ramírez Fernández


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PRIMERA PARTE

Sobre la vida de Jaime Baca Rivero.

Nació en la calle de Emparan de esta Ciudad y Puerto en 1930. Por la muerte de su abuelo paterno, el escribano público Don Andrés Baca Aguirre, y por las desventuras económicas que se derivaron de dicho suceso, su padre Don Joaquín Baca Aguirre, que vivía ahí con su esposa y sus dos primeros hijos (uno de ellos mi padre) traslada a su familia a la que fue conocida como la “Colonia Roma”, específicamente en las casitas de madera que actualmente se observan en la calle de Constitución, entre madero e Hidalgo. Ahí vivió hasta que se fue a la ciudad de México a estudiar la Universidad.

Estudió la licenciatura en Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la UNAM, que en la década de los cincuenta, del siglo próximo pasado, se ubicaba en San Indelfonso, aquel barrio emblemático para las juventudes provincianas que acudían a la ciudad capital. En ella recibió cátedra de ilustres juristas, entre los que se encontraba la legión de mentes brillantes del exilio español.

Presidió el Centro Universitario Veracruzano, que agrupaba a los estudiantes de esta entidad. Debido a ello, entabló amistad con Marco Antonio Muñoz Turnbull y Miguel Alemán Velasco, futuros gobernadores de Veracruz. Su trayectoria laboral y profesional fue un largo y extraordinario andar de más de treinta y cinco años en la administración pública federal.

En una ocasión, una solicitud de audiencia que realizara junto con dos amigos al entonces Secretario del Trabajo, Don Adolfo López Mateos, marcó el inicio de su exitosa carrera. Gracias a su reiterada insistencia, fueron recibidos con simpatía por parte del entonces Ministro. Lo que más recordaría el futuro Presidente de México, y por lo que los bautizó como “Los Tres Mosqueteros”, fue que al paso de los días, cada uno de ellos se negara a aceptar la plaza laboral vacante que se le ofrecía, si los otros no eran también contratados. Esta situación llegó a desesperar a Don Adolfo y originó que empezaran, los tres, en la intendencia.

Trabajaría a las órdenes de Doña Cristina Salmorán de Tamayo, cuyo nombre lleva hoy la biblioteca de la Suprema Corte de la Nación. A lo largo de los años, colaboró con muchos de los personajes que forjarían nuestra nación. La correspondencia en nuestra casa nunca dejó de sorprenderme. Pero, sin duda, la relación laboral que lo marcaría para toda su vida, fue su paso en sus primeros años de servidor público como Secretario Particular de Don Javier Barrios Sierra, en ese entonces Secretario de Obras Públicas, quien llegaría a ser Rector de la UNAM. Admiró profundamente su sencillez y su gran inteligencia, pero sobre todo, su honradez.

Sería extenso hablar de cada uno de los cargos que ocupó, pero puede destacarse el hecho de que fue Director General de Personal de dos de las más grandes secretarías de Estado: la SCT y Comercio y Fomento Industrial, así como que durante algunos años, fue el responsable de la administración de los recursos empleados en la construcción de las escuelas de todo el país.

Paralelamente a sus diversos cargos públicos, se desenvolvió en una intensa actividad intelectual. Durante años presidió el Instituto de Administración Pública y presentó ensayos en distintos foros nacionales e internacionales. Entre ellos, destaca “La Descentralización de la Vida Nacional”, que contenía su propuesta para crear lo que, al paso del tiempo, serían las delegaciones políticas del D.F. En esos años, se conecta con los ideólogos más importantes del momento: Jesús Reyes Heroles, Enrique González Pedrero, Alejandro Carrillo Castro, entre otros.

No obstante ese largo andar, nunca se desvincula de su tierra. Periódicamente manda artículos a la prensa porteña sobre cuestionamientos acerca de la historia de Veracruz o sobre las necesidades para su desarrollo. Recuerdo haber leído artículos suyos de la década de los setenta sobre Francisco Javier Clavijero o sobre el fuerte de San Juan de Ulúa. Incluso, viene a la Ciudad en ocasión del aniversario del natalicio del máximo poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón y lee un discurso en su honor en la glorieta que aún lleva su nombre. En los ochenta recibe un reconocimiento del Ilustre Instituto Veracruzano. En la última etapa de su vida, regresa a su querido Puerto y se entrega de lleno a dos pasiones: al ejercicio notarial y la investigación histórica.


SEGUNDA PARTE.

Relación con su familia.

Con mi madre fue siempre un caballero y un eterno detallista. A sus hijos, nos educó con amor y respeto, pero sobre todo, con sabia comprensión. Con él nada fue fácil, porque ahora entiendo que nos procuraba formación, pero también nada fue imposible. Buscó siempre hacernos personas de bien y conectarnos con la cultura, sobre todo, con el mundo de la lectura. Sus pláticas estaban llenas de conocimiento y nunca faltó una respuesta. Recuerdo mucho sus citas de investigadores franceses, italianos, alemanes o estadounidenses sobre el extraordinario comportamiento de la mente humana, nuevos descubrimientos históricos o tecnologías empleadas para el desarrollo de las sociedades. También sus constantes menciones a libros y autores, como una constante invitación a descubrirlos. Nunca dejó de crear, de leer, de investigar.

Su herencia más importante.

Creo que su herencia tiene dos importantes proyecciones: la primera, sobre la integridad como necesaria condición para la vida. Su trayectoria vital -guiada por sólidos valores y principios morales, no obstante haber ocupado elevadas responsabilidades públicas- lo llevó a un reconocimiento constante por su desempeño honorable y profesional.
La gente le cuestionaba sobre el porqué no tenía diversas propiedades o abundantes cuentas bancarias; él siempre respondía, sencillamente, que no había tenido la oportunidad de ganar las cantidades de dinero necesarias para conseguirlas, ya que sólo había vivido de sus sueldos. Recuerdo que muchas veces presentó su renuncia, que algunas veces le fue rechazada, por situaciones que él consideraba ponían en entre dicho su integridad.

La segunda se refriere a sus contribuciones a favor de la investigación histórica porteña. Como apasionado lector de ella y conocedor de la historia nacional e internacional, decía que la grandeza de los pueblos se originaba en el descubrimiento de su identidad. Para encontrarla, resultaba necesario que primeramente se reconociesen a sí mismos haciéndolo, claro está, a través del estudio de su historia. Es decir, no podría nunca hablarse, con sustento suficiente, tanto de su presente y de su futuro sin antes descubrir qué los hizo ser lo que son.

“La aventura resultó ser, para este lugar de encuentro entre dos mundos y para ese veracruzano excepcional, un encuentro con las fechas, los lugares, las anécdotas, las narraciones y los personajes, que finalmente develarían la raíz de ese linaje heroico y de ese carácter bullanguero, producto de una larga e intensa relación con visitantes de todo el mundo, la mayoría desafortunadas, y que moldearon la identidad jarocha”.

Un recorrido de investigación que lo adentró en una de las partes fundamentales de la historia de México; en un capítulo esencial que sirve para descubrir cuáles fueron los orígenes de nuestra idiosincracia y cómo se inició la formación de una nueva nación.

Fue un protagonista de la formación del México moderno, ya que venía de una familia sin grandes riquezas materiales, pero colmada de cultura y de destacadas participaciones sociales. Su abuelo, el escribano público Don Andrés Baca Aguirre, había presidido la resistencia civil en la última invasión norteamericana, citado por el historiador Rafael Domínguez como el abogado más destacado del foro veracruzano al principio del siglo XX. Fue por algunos años Secretario de Gobierno del gobernador Heriberto Jara Corona, y su padre, el Notario Público Don Joaquín Baca Aguirre, fue reconocido por mucho tiempo como un aguerrido luchador social, siendo articulista de diversos diarios de la República Mexicana, entre ellos El Universal de la ciudad de México, y que fue incluido por Alberto J. Pani en una de sus obras dedicadas a los personajes destacados de la vida nacional.


TERCERA PARTE.

Sobre su labor como notario, vigente en Veracruz.

La función notarial, creo yo, se encuentra seriamente amenazada por una serie de tendencias mercantilistas y de influencias de libre mercado. Un hecho no debidamente advertido por el gremio notarial es que dichas tendencias pretenden lograr su paulatina desaparición; al menos de la forma como hoy la conocemos, de origen latino, con raíces romano-germánicas. Es decir, se pretende convertir a las Notarías en simples tramitadoras en procesos de desregulación económica, buscando ganar puntos dentro de esquemas de rapidez y calidad del servicio, olvidándose que el servicio que presta el Notario Público debe llevar los tiempos necesarios para que conozca a las partes involucradas, juzgue sobre su capacidad, analice todos los aspectos legales y redacte un contrato adecuado al caso concreto.

El Notario debe entrevistarse con los otorgantes, brindarles asesoría e indicarles las consecuencias jurídicas del acto que firmarán. Esta es precisamente la labor que mi padre como Notario Público desempeñó, lo que debe destacarse en el contexto de esta tremenda lucha por preservar el verdadero significado de la función notarial. Todavía hoy llegan a buscarlo muchos clientes, por su amena charla, por la tranquilidad y confianza que sentían al tratar con él sus asuntos, por sus consejos, y además, claro está, por sus pláticas sobre la historia de nuestra Ciudad. La gente se percataba de que estaba ante un hombre con conocimientos legales, pero también con un hombre de cultura, como un ser humano de trato amable y educado, que analizaba con respeto y honestidad las situaciones planteadas por los solicitantes del servicio. Luchó mucho por defender los principios y valores que deberían observar los notarios en el ejercicio de su función.

La responsabilidad social de un Notario.

Alguna vez lo bromeábamos al decirle que más que una Notaría la suya parecía la beneficencia pública. Es que ayudaba mucho a la gente de bajos recursos económicos. Mi padre sostuvo siempre que debía brindarse a favor de las causas más sentidas de la sociedad, ya que consideraba que su posición como fedatario público, lo colocaba en un lugar privilegiado para ayudar a los que más lo necesitaban.

Mucha gente lo conocía. Casi día a día conocía a alguien diferente. Se los ganaba con su sencillez y amabilidad. Le gustaba mucho caminar por las calles del Centro; había sido un viajero incansable por el mundo, especialmente en Europa, de donde cultivó su amor por las pequeñeces que hacen grande la vida de los pueblos. Iba y venía en taxis. Apreciaba descubrir nuevas fondas o de comidas corridas, o buscar algún producto en los mercados. Continuó toda su vida leyendo y se relacionó con el medio cultural y artístico porteño. Es por eso que difundió de forma muy extensa, desde la propia gente veracruzana, el bolero, la del puesto de periódico, el cartero, el taxista o sus clientes de la Notaría, a través de diversas crónicas de la ciudad y puerto de Veracruz.

Mandaba publicar sus investigaciones y las regalaba a todo el que podía, con el simple propósito de difundir nuestra historia local. Así ocurrió de manera destacada con su folleto sobre las “Cuatro veces que fue heroica la ciudad de Veracruz”, y por el que advirtió a la población sobre la equivocada concepción, por cierto muy antigua, de que nuestra ciudad lo era sólo por tres ocasiones. Igualmente sucedió con sus “Consideraciones históricas sobre la construcción del fuerte de San Juan de Ulúa”, con la que ciertamente sentó las bases para las posteriores acciones para su rescate.

Podríamos citar unas diez investigaciones más que se publicaron por su bolsillo y que únicamente le retribuían la satisfacción de difundir la cultura jarocha. Es decir, mi padre fue un verdadero cronista que nunca necesitó ser “designado” para ello; nunca lo pidió, como sucede con los grandes hombres, aunque debo reconocer que en sus últimos años de vida, cuándo yo se lo comenté como un reconocimiento a su incansable labor, alcancé a ver unos ojos que terminaron por humedecerse y que inmediatamente limpió con sus dedos, claro está, para que yo no percibiera su anhelo. Bueno, así a veces suceden las cosas en nuestro país.

Sobre su labor como cronista. Influencia en sus hijos.

Creo que a nosotros nos educó con una enorme sed de descubrir la historia nacional, y en especial, la de su querido Veracruz. Cuando vivíamos en la ciudad de México y veníamos a estas latitudes, nosotros, seguramente a diferencia de muchos otros visitantes, no sólo encontrábamos el sol, las palmeras, la playa, el café de la Parroquia, el malecón, sino también era un encuentro con diversas historias, desde la llegada de Cortés, pero sobre todo, la visita a los lugares en los cuales habían ocurrido. Yo crecí con la interrogante del porqué no había más monumentos o señales históricas en el lugar por donde había entrado la religión, la cultura, el idioma, nuestras raíces occidentales.

Hoy en día, creo que yo y mis hermanas seguimos cultivando el amor por este maravilloso lugar de encuentro entre dos culturas, y en el que, finalmente, comenzó a formarse nuestra Nación.

El legado.

El más destacado, desde mi punto de vista, es que no sólo las instituciones públicas de cultura o educativas son las responsables de la investigación y difusión de la historia. El ámbito privado igualmente lo es, también ahora con las ONGs y demás organizaciones de la sociedad civil, puede investigarse, promoverse y difundirse la cultura porteña.
En ello consiste su mayor legado, la enseñanza de no depender del apoyo o el cobijo de nadie para lanzarse al descubrimiento de las raíces históricas. Él, con modestos recursos, logró difundirlas. El amor por la historia porteña no debe limitarse a los reconocimientos oficiales, sino por el contrario, debe originarse y auspiciarse en instituciones de enseñanza y de cultura, para brindar los resultados esperados por la propia sociedad. 

Primer Premio de Joveness Cronistas Jaime Baca Rivero. 
Consideraciones.

Quiero expresar mi mayor agradecimiento al gobierno de la Ciudad, en especial a su Director de Cultura y a Miguel Salvador, Director del Museo de la Ciudad, por reconocer la labor de mi padre, nombrando este importante Premio en su honor. Estoy seguro que muchos jóvenes habrán escuchado o leído de él. En su vida y trayectoria como historiador, encontrarán una buena guía para desarrollar sus talentos.

Creo que es muy pertinente, porque con ello se demuestra que nuestra sociedad sigue cambiando en todos los órdenes de la vida social, y ahora también se reconoce a los luchadores culturales. Aunque en su momento fueron ignorados, su fuerza dentro de la propia comunidad porteña, se debe a los sólidos lazos de afecto y compromiso honesto con intelectuales, artistas, historiadores, investigadores, en general, con hombres y mujeres comprometidos con en el rescate histórico de esta maravillosa Ciudad. Se terminó por hacer justicia, aunque sea un poco tarde, pero finalmente llegó el merecido reconocimiento para un veracruzano excepcional.

Creo que la historia, en especial la nuestra, merece una oportunidad. Ya la ha tenido, y mucho, la vida estresante y materializada que comentas, basada sobre todo en la carrera del consumismo y el afán de poseer cada vez más riquezas económicas. Es momento de dar un respiro, detenerse, reflexionar sobre cuál es el origen de nuestra Ciudad, de su propia sociedad, que al caminar tan rápido hacia su desarrollo, se encuentra obviando las bases mismas sobre las que debiera construirlo.

Una muy decidida labor de difusión de la historia porteña, generaría los consensos necesarios al interior de nuestra comunidad, sobre los lugares históricos que hay que rescatar, y aún que develar ante su olvidado emplazamiento, así como un renovado interés nacional e internacional, sobre la importancia del primer puerto de América continental. Con ello, Veracruz puede resurgir como un lugar obligado del turismo histórico, claro está, haciendo a un lado viejos prejuicios sobre la licitud de la conquista. Hacer remembranza de las dos culturas que se encontraron aquí, con monumentos, plazas y obras culturales, ya que lo que crearon fue nuestra propia identidad.